La solución, el 13 de febrero

2021-12-27 02:43:08 By : Mr. Max Pan

La última ocurrencia de Sánchez para tratar de salir ileso de esta nueva vuelta de tuerca omicrón al garrote de una pandemia que nos sigue oprimiendo el cuello, ha sido anunciar la obligatoriedad de las mascarillas en exteriores, para tres horas más tarde recular y establecer las mismas excepciones que teníamos hasta ahora. La cosa ha quedado en algo así como que antes no había que llevarla si estábamos a más de un metro y medio y, ahora, hay que llevarla, salvo si estamos a metro y medio.

Tambi é n le explicó el presidente, ese mentiroso sin complejos y oportunista recalcitrante, a Pablo Casado en la última sesión del Congreso que “los padres y madres van a poder celebrar las navidades con sus hijos, los abuelos y abuelas van a poder celebrar las navidades con sus nietos y nietas e hijos e hijas, no se preocupe por eso, señoría, España ha resistido”. Yo no s é si a estas alturas del partido a Sánchez le queda algún amigo, que todo puede ser. Pero yo desde luego tengo varios que han tenido que suspender las cenas de Nochebuena y las comidas de Navidad con sus hijos y sus padres porque alguno de la familia ha dado positivo o simplemente por miedo a contagiarlos. Y creo que desafortunadamente no son una rara excepción.

Es lo que tiene tanto palacio y tanto Falcon, que acaba uno viviendo en mundos paralelos que nunca se tocan con el real. Pero sorprendentemente, con su demencial y extravagante reacción a esta nueva ola, que ya no es la ola del miedo ni la de la fatiga, como fueron otras anteriores, sino la del enfado y el cabreo, Sánchez ha conseguido por primera vez, despu é s de tres años y medio como presidente, hacer algo que vertebra a España y une a todos los españoles en un sentimiento común: estar hasta los cojones.

Y en medio de todo este bochorno, ya no sabemos bien si Mañueco o Casado, juntos, solos, o en compañía de otros, han decidido lanzarle un ó rdago, un all in que dicen los jugadores de póker, a este presidente que ha hecho de su capa un sayo, en el que todo cabe, desde pactar con Rufián y Otegui hasta asegurar que ha cumplido su palabra de que vamos a pagar por la luz lo mismo que en 2018.

Porque eso y no otra cosa van a ser estas elecciones del 13 de febrero, en las que los castellanos y leoneses han sido llamados a ejercer su derecho al voto, ese que nos permite, solo cada cierto tiempo, decidir qu é políticos son los menos impresentables y los menos incapaces para gestionar la cosa pública y decidir qu é hacer con esos impuestos que pagamos, esos sí, todos los días de nuestras vidas. Lo que viene siendo elegir el animal menor.

Podemos pasar horas discutiendo si Ciudadanos iba a traicionar a Mañueco o si ha sido este quien le ha hecho la cama al fiel Igea. O si tienen razón los de Arrimadas cuando dicen eso de que los del PP “son unos mentirosos, dan ná useas ” y cuando se preguntan “¿cómo pueden dinamitar un Gobierno por indicios?, hablan de indicios y no tienen ni una sola prueba”. Hombre, habrá quien les pueda responder, no ser é yo, que la única prueba de la traición de Ciudadanos hubiese sido la presentación de otra moción de censura y para entonces, ya no habría remedio. Quizá todo esto podría haberse evitado si ni siquiera hubiese habido indicios.

Habrá incluso quien piense que la náusea y las arcadas comenzaron, no solo entre los dirigentes del PP sino sobre todo entre los votantes de ciudadanos, cuando Arrimadas decidió que era una gran idea, para devolver a su partido la condición de bisagra que desechó Albert Rivera, presentar mociones de censura en Murcia y Madrid, con los resultados ya de todos conocidos. ¿Valen como pruebas o siguen siendo solo indicios?

Desde luego no ha sido precisamente ejemplar el modo en que Mañueco ha fulminado a Igea. Quien, por cierto, ha vuelto a su consulta y a su profesió n de m é dico y no parece, a día de hoy, muy interesado en seguir a las órdenes de doñ a In é s, ni en presentarse de nuevo como candidato de un partido abocado a la desaparición en toda España por sus repetidas traiciones a sus votantes.

Pero es que, en esta España, la llena y la vaciada, la lucha por el poder ya hace tiempo que ha prescindido de la vergüenza y el rubor. Sólo hay que ver las sesiones del Congreso, una actividad para la que es necesaria una dosis cada vez mayor de masoquismo en vena. Vivimos tiempos en los que los consensos, los pactos y la lealtad forman parte de los libros de historia y los catálogos de viejas tradiciones en desuso. Tiempos en los que los mejores, los más capaces, los honestos y los comprometidos con el bien común huyen despavoridos de las instituciones, ahuyentados por activistas sin oficio ni otro beneficio que el que les pueda proporcionar un cargo o un sueldo pú blico.

Pero aquí solo tienen derecho a llorar por las esencias perdidas y por los códigos rotos los que son conscientes de la secuencia en la que han sucedido las cosas. Porque aquí sí importa y altera el producto el orden de los factores. Y fue primero Zapatero, pero sobre todo despu é s Sánchez, su aprendiz de brujo convertido en un Rey Arturo de la tabla cuadrada digno de los Monty Python, quien encumbró a los extremistas al Consejo de Ministros, a los independentistas y a los proetarras a la dirección del Estado, quien despreció la moderación, quien ensalzó y consagró la mentira como animal de imprescindible compañía y quien dio por superados los compromisos, las promesas y la rendición de cuentas ante los ciudadanos. Y lo malo es que, desde ahora, ya dará igual lo que haga el siguiente, siempre podrá decir que Sánchez lo hizo primero. 

En cualquier caso, en estas elecciones, que se celebran en t é rminos nacionales, comienza, o tal vez continúa, un ciclo electoral que empezó en Madrid y que será decisivo para España. La apuesta de Mañueco es la apuesta de Casado. De si consigue o no confirmar lo que ahora mismo dicen las encuestas, de si el PP consigue reunificar el centro derecha absorbiendo a Ciudadanos, depende la posibilidad misma de que Casado llegue algú n d ía a ser presidente del Gobierno de España y que las cosas, de algún modo, vuelvan a los cauces de un pasado no tan remoto en el que teníamos algunos principios.

La estrategia es esa y requiere también que los votos del PP superen a la suma de PSOE, Podemos, Izquierda Unida y las plataformas de la España vaciada, a las que como a la de Yolanda, la convocatoria de Mañueco les ha pillado en la modista con el vestido a medio coser. Porque si Mañueco vuelve a depender de otros, esta vez de VOX, volveremos a esos extremos a los que desgraciadamente estamos tan habituados desde que a Sánchez vino a verle el monstruo de Mary Shelley. La solución, el 13 de febrero. 

Si lo deseas puedes dejar un comentario: