Leo de unas superexpertas del estilismo que este verano la alta costura ha decidido poner el foco sobre el pecho de la mujer. Esto se traduce en usar la tela para destacar esa zona del cuerpo. Observo en las fotos con las que esas finas analistas ilustran su tesis que la cosa consiste en ponerse un vestido a pelo o, algo excéntrico, dejar los pechos al aire tapando solo los pezones con una especie de círculos de terciopelo, a lo burlesque. ¿La cuestión? Que se prescinde del sujetador.
Alegría, alegría, queridas.
Ahí están las pasarelas: hordas de chicas con las tetas fuera sugiriendo lo que los de Yves Saint Laurent o Dior dicen que hay que sugerir. Y henos aquí a las ninfas del caldo Aneto con una nueva duda metafísica ahora que nos han plantado ese delirio liberador en los morros. ¿Qué hacemos con los sujetadores? ¿Los quemamos? Por lo que respecta a muchas boomers y no pocas millennials, creo saber la respuesta: nos apuntamos a la doctrina de san Pedro Almodóvar, según la cual, hagas lo que hagas, mejor un completo, tanto arriba como abajo. Pero ¿y las congéneres de la generación Z? Ahora podemos. Nosotras parimos (o pariremos), nosotras decidimos.
Recurro a la sabiduría de mis hijas, aunque tiro de pregunta trampa. “¿Las de vuestra generación habéis liberado las tetas de esa prenda opresora que es el sujetador?”. Raudas, responden que sí, que ellas solo a veces y depende (¿?), que lo que se lleva son los tops ajustados que marcan o incluso transparentan los pezones. “Eh, pero que se llevan como toca: con toda la naturalidad del mundo”.
Entonces nos enzarzamos en un debate. No estético, líbreme dios Dior de opinar, sí sobre si la muerte del sujetador debe entenderse o no como un elemento más del discurso feminista reivindicativo. Es decir, que si liberar los pechos del ahogo de siglos de patriarcado obedece a una movida en plan heroin chic porque ¿quién tiene miedo de nuestras tetas? Y en esas estamos cuando la madre que las parió, servidora, se avanza con una conclusión. Lo de que decidimos nosotras es una licencia prosaica porque en realidad deciden los de siempre: don Amancio, su señora hija y los gurús de la moda rápida. Ay, criaturas.
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